Según Manuel B. Trens el ambiente de las ferias estaba caracterizado por la múltiple concurrencia de traficantes, marineros de la flota, arrieros, comerciantes del interior, cargadores, forasteros en busca de ganancias fáciles y recuas interminables que llegaban de Veracruz, Puebla, México y otras provincias del reino.
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La muchedumbre inundaba las calles, plazas y plazuelas; abarrotaba las tiendas, bodegas y mesones entre el regateo de los tratos, el grito de los pregoneros y el tintineo de las guías de los hatajos. Por las noches las calles y callejones del pueblo se alumbraban con velas de sebo o candiles de aceite o de resina.
La mercancía de las ferias venía por cuenta del rey o de los particulares y estaba compuesta por diversos objetos de ferretería como yunques, hierro (en barras o labrado), sierras, formones, limas, picos, martillos, cuchillos y hojalata; mercería y lencería como: tijeras, peines, botones, bramante, velillos, crespones, lienzos de Flandez, tafetanes, olanes, bordados, cintería de seda y raso; comestibles, entre los que había pasas, alcaparras, sardinas, jamones, chorizos y vinagres, al igual que licores y vinos; objetos de lujo como azulejos de Talavera, jabones, agua de olor y de colonia o medias y calzas de punto; así como papel, algunos libros y armas.
Los productos nacionales que se exportaban en esa época eran: grana o cochinilla, henequén, palo de Campeche, vainilla, azúcar, cacao, chocolate, añil, sarapes, especias y plata y oro en barras y en monedas de diferente denominación.
El auge económico alcanzado a raíz de las ferias motivó a los orizabeños a solicitar una concesión para efectuar un evento similar; el permiso fue concedido por Felipe IV en 1725, pero no tuvo el mismo éxito porque la mayoría de los comerciantes porteños ya se habían establecido en Xalapa, sobre todo porque así querían evitar el "vómito negro" (o fiebre amarilla) y las "fiebres tercianas" (malaria) del puerto.
En 1778 el rey Carlos III expidió el Reglamento y Arancel Libre entre España y sus colonias; esto trajo como consecuencias la suspensión de las ferias en Xalapa y el debilitamiento económico de la región. Los lugareños se habían acostumbrado a las ferias y descuidaron la agricultura y la ganadería; incluso, gran parte de la población había cambiado sus costumbres, su pensamiento e indumentaria al estilo europeo. Frente a este panorama, los habitantes de la región tuvieron que reorganizar su actividad económica y buscar otras alternativas de progreso.
Fuente: Libro Huellas de Xalapa, de Martín Cerón Cortés
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