martes, 15 de enero de 2008

Los 100 Días del Plebeyo

Esta reflexión va dedicada a todos aquellos hombres y mujeres que en algún momento de su vida amaron tanto a una persona que no correspondíó a su amor. Si tán solo nos diéramos cuenta de esto a tiempo. Espero les guste.
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Una bella princesa de un lejano reino estaba buscando consorte.

Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos…

Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riqueza que el amor y la perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:

-Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Esta será mi dote.

La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:

-Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba me desposarás.

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.

Al llegar el día 99, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar dónde había permanecido casi los cien días.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa:

-¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿Por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?

Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas. El plebeyo contestó en voz baja:

-La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor.

Quién en realidad te ama no te hara sufrir ni un solo instante.

2 comentarios:

Malaika Sepia dijo...

Hola Duckach
me sorprendio tu cuento-reflexion
tiene un final inesperado y si, tambien tiene una manera diferente de ver el amor..
tambien cabe recordar el ser agradecidos con akellos ke nos dan su amor sin condicion ^^ cosa bella
gracias duckach

por cierto, puedo agregar tublog a mi blogrol?
un bsote amigo

malaikis

Duckach dijo...

Malaika, amiga mia, muchas gracias por el comentario. Y claro que por supuesto que puedes poner un enlace de mi blog en el tuyo. Es todo un honor amiga. Es mas, desde ya agregare el tuyo en el mio.

Un saludo muy afectuoso y sigue asi de genial.