La exhuberancia de flores, frutos, árboles y fauna, dió al Macuiltépetl un paisaje envidiable y la visión mágica de un paraiso. Se sabe que hace mucho tiempo, antes de la llegada de los españoles, había una laguna en los bosques del cerro. Ahí vivía una tribu teochichimeca, a la que pertenecía una doncella, enamorada del lugar. Solía dar largos y fascinantes paseos entre las numerosas veredas. La cautivaban los sitios frondosos, embellecidos por el color y el perfume de las flores.
La felicidad de la joven terminó pronto con la primera invasión que hicieron los mexicas para conquistar la región del Xallapan. El pueblo teochichimeca se vió obligado a retirarse y buscar otros lugares para levantar nuevamente sus caseríos. La única que no quiso abandonar el cerro y escapó hasta lo más recóndito del monte, fué Xallac, a quién su raza la consideraba como la joya más preciada entre los habitantes por su belleza y sabiduría en plantas y animales, a los que ella amaba profundamente.
El pueblo, al conocer su ausencia, la buscó por todos lados, sin poder encontrarla; y los mayores decidieron irse sin ella, abrumados a raíz de los constantes ataques del enemigo.
Xallac, en un principio, vivió aterrada en la soledad de los escondites; sin embargo, su temor se apaciguó por ser amiga de los animales y convivir con ellos, hasta con los más feroces.
Aunque su desafiante actitud al comienzo le sirvió para resistir su gran nostalgia, una tristeza se apoderó de Xallac, y no pasaba día en que no dejara de llorar.
Ya nunca más se supo de ella y, hasta hoy, los que recuerdan esta hiostoria creen que se deshizo en su propio llanto, del que brotarían los manantiales de la ciudad.
Fuente: Historias, cuentos y leyendas de Xalapa
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